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Mi bebé tiene una semana de nacido

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Ayer, mi hijo de una semana de nacido me hizo recordar el gran sacrificio que es ser mamá. De 1 a 5 de la mañana, mi bebé no lograba conciliar el sueño y yo junto con él. Mi esposo dormido, mis dos hijos dormidos, sólo estábamos mi pequeño y yo. Por un lado, sentía ese cansancio abrumador, ese cansancio que te quiere hacer llorar, que te pone a prueba, que te exige que saques de lo más profundo de tu ser más paciencia, más energía, más y más de todo lo que en ese momento está apunto de hacerte quebrar.

Se te cierran los ojos, el reloj avanza, tus horas de sueño se agotan, pronto tus hijos se van a despertar, van a querer y exigir atención también. Y entonces empiezas a pensar tantas cosas en esos momentos de soledad, de obscuridad, en ese silencio que a veces te echa porras y otras veces te contamina. Y entre muchos pensamientos que te cruzan la mente, comienza el más grande de todos: el remordimiento de mamá de no poder balancear la atención con tus hijos, de sentir que abandonas a unos por atender a otros. Luego ves a tu marido casi roncando en tu cama y no sabes si hacer la maldad de despertarlo para que te acompañe en estos momentos, para que sea parte de las desveladas, para que valore que a pesar de todos tus sacrificios siempre das ese extra, que a pesar de sentir que te atropelló un camión, amaneces con la mejor actitud para llevar el resto del día. Porque a veces sientes que no te entiende, que no se pone en tus zapatos, y por más que trata de ayudar y hacer su mejor esfuerzo, pareciera que nunca es suficiente. Y tu mente no te deja en paz, hasta que decides contemplar lo que tienes enfrente; ese milagrito tan perfecto, tan único, ese pedacito de cielo que no puedes creer que es todo tuyo, que te devuelve la sonrisa a la cara.

Así que cuando sea de madrugada y estén dando de comer a su bebé, arrullándolo, consolando malos sueños, curando niños enfermos, cambiando pañales, calmando cólicos, recuerden que no están solas. Que habemos en el mundo muchas mamás a esa hora: despiertas, entregando el cuerpo y el alma por esos pedacitos de cielo que nos llenan de amor.

Y un día, nos acordaremos de aquellos momentos que pasamos todas, bajo la misma luna.

¡Que sus madrugadas les sean leves!

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