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9 cosas que nadie me dijo sobre la lactancia

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Revistas, artículos de internet, blogs de mamás, sitios especializados, talleres de lactancia, entre otros, fueron la base para (desde antes de ser mamá) aprender un poco más sobre este tema tan sencillo y tan complicado al mismo tiempo. ¡Empiezas a leer y a escuchar de todo! Tantas opiniones encontradas, estadísticas, recomendaciones, remedios caseros, técnicas, posiciones, etc., que por momentos no sabes qué creer y piensas que no va a ser tan fácil. Pero ahora, después de 5 meses de hacerlo, lo único que sé es que a pesar de toda esa información, cada mamá es diferente y cada una lleva, junto con su hijo, su propio ritmo, horario, tiempo, creencias, interés e incluso, paciencia para dominar esta maravillosa experiencia. ¡No soy una experta! Pero me atrevo a decirles cómo me fue (y me va) en la alimentación de Santiago. Espero que les sirva.

1. Las primeras horas. Es verdad que no hay nada más bello que pegar a tu hijo al pecho desde el principio, pero también es cierto que no todas las nuevas mamás tenemos esa oportunidad. Mi hijo nació vía cesárea y, después de darle un beso y decirle cuánto lo amaba, no tuve contacto con él hasta después de 1 hora de haber nacido. Desde el principio la recomendación fue darle de comer cada 3 horas: La enfermera llegaba con una mamila con 1 o 2 onzas de leche de fórmula para alimentarlo y yo debía pegarlo a mi pecho minutos antes para tener la famosa “bajada de leche”. Sin embargo, yo lo hacía con más frecuencia para “acelerar ese proceso”.

2. Gota a gota. Pasaron 2 o 3 días y la rutina de la alimentación en casa fue la misma. Les cuento que mi hijo sí se pegaba más a mí, pero “no salía nada” (al menos eso era lo que yo pensaba). El pediatra me explicó que “sí sale algo” y que a ese líquido transparente, amarillento y aguadito se le llama calostro. Además de los beneficios inmunológicos, el calostro tiene una alta concentración de nutrientes y, en palabras de mi mamá: “Esas tres gotitas son el mejor alimento que le puedes dar a tu bebé”.

3. Libre demanda. ¡Yo digo que sí! Sí apoyo esta forma de alimentación, aunque en mi caso al principio fue muy desgastante: Mi hijo becerrito quería comer a cada rato y yo (con una herida de cesárea) pasaba la mayor parte de mis días sentada dándole de comer (incluso en la madrugada). ¡Me sentía agobiada y agotada! Sin embargo, les prometo que todo se normaliza y agarra su propio ritmo, gracias al tiempo y la experiencia. Santiago empezó a crecer y a regular sus horarios de comida poco a poco. En algún momento los dos nos pusimos de acuerdo, los dos nos “acoplamos” y todo se volvió más sencillo. Sin embargo, a pesar de que ya todo es más “fácil”, no tengo un tiempo establecido para continuar con la lactancia materna, voy poco a poco, día a día.

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4. Un ligero dolorcito. ¿Ligero? ¡Para nada! Mi experiencia fue dolorosa las primeras dos semanas. Mi hijo succionaba tan fuerte que llegué a pensar que no era una buena idea esto de la lactancia. Mi pezón derecho no estaba bien formado y obviamente, Santiago prefería el lado que era más fácil para comer. Por momentos sólo imaginaba el dolor que sentiría cuando él tuviera dientes. Pero después de esas dos semanitas, la sensación fue más llevadera y con el paso del tiempo casi imperceptible (excepto cuando en verdad me da unos buenos jaloneos).

5. Llanto, tristeza y todo lo demás. Me acuso de llorar por todo: al principio no sabía cómo acomodarlo para darle de comer, no le sacaba el aire correctamente, por mi herida no podía levantarme rápidamente para alimentarlo, mis senos se convertían en piedras cuando Santiago no los vaciaba, siempre lo ensuciaba con los chorritos de leche que salían cuando él soltaba mi pecho o simplemente, lloraba porque estaba aprendiendo.

6. Artículos básicos. Las mini toallitas a mí no me funcionaron, yo utilizo trapos grandes para limpiar a mi bebé (ya que tengo mucha leche y siempre acabo ensuciándolo). El extractor de leche lo he utilizado pocas veces, afortunadamente mi hijo me deja vacía en cada toma (sólo lo ocupo cuando tengo que salir y dejar biberones preparados). Los protectores de lactancia han sido mi gran salvación, ¡probé de todos, incluso utilicé pañales! Hoy puedo decir que éstos han representado un gasto similar al de los pañales, ya que uso varios al día.

7. Recuperas la figura. ¡Sí! Confieso que a mí hasta me da más hambre que durante mi embarazo, pero trato de comer saludablemente. No sé si los licuados, cervezas, atoles y demás alimentos sirvan para aumentar la producción de leche materna (nunca los usé), pero lo que sí recomiendo es beber mucha agua. ¡Creo que no hay nada mejor!

8. Todo vuelve a la normalidad. Les repito que después de todo el agobio de mamá primeriza, las tomas de leche se vuelven más sencillas. El oído se agudiza y aprendes a identificar los sonidos o llantos de hambre. Ves a tu hijo comer a través de ti y te dan  ganas de llorar de felicidad porque se establece una conexión maravillosa. Aprendes a hacer cosas con la mano que te queda libre (incluso comer). Te das cuenta que no importa a dónde vayas, la lactancia materna te permite darle de comer a tu hijo en cualquier lugar y momento; y lo mejor, ¡no necesitas biberones, medidores de leche, fórmulas, agua caliente, agua fría…!

9. Mi consejo. Como lo dije al principio, no todas las mamás somos iguales: unas producen más leche que otras, unas tienen que trabajar y deben dejar de amamantar, otras todos los días tienen que extraer su leche y congelarla para dársela a sus bebés en biberón, unas prefieren la fórmula desde el principio, unas lo hacen por años y otras sólo por meses, pero ¿saben algo? ¡No pasa nada! No dejes que tu situación te desanime o te haga competir con otras mamás. Tú y tu bebé encontrarán, a su tiempo, la forma de alimentación perfecta para ambos. ¡Suerte!

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Natalia Ramos

Editora y mamá

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Nadie sabrá nunca la fuerza de mi amor por ti, después de todo, tú eres el único que sabe cómo suena mi corazón desde el interior. Anónimo

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