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¡Me encanta dar pecho!

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Imagínate el escenario: llegas a tu casa con recién nacido, las hormonas revolucionadas, el niño llorando sin razón, el dolor del parto o la cesárea, cansada, desvelada, te sientes gorda y aparte descifrando el tema de la lactancia. ¡Es caótico!

Con mi primer hijo no tenía idea de lo que significaba dar pecho; mi bienvenida fue algo ruda. Julián comía cada hora cuarenta y cinco minutos, me utilizaba de chupón, tenía grietas, costras y los pezones adoloridos. Fueron tres semanas de tortura innecesaria, hasta que decidí ir con una asesora en lactancia y, gracias a su intervención, Juliancito y yo tuvimos la mejor experiencia durante siete meses.

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Con mi segunda hija, Loreta, desde el primer día empezamos con el pie derecho. Acaba de cumplir 8 meses, seguimos con abundante leche y ya estoy preparándola para la transición a fórmula.

Mi experiencia ha sido tan buena que me encantaría que más mujeres la vivieran. Me encanta poder salir de mi casa con la pañalera muy ligera, pues llevando a su madre, hambres no pasa mi hijo. Me encanta la facilidad con la que le puedo dar de comer en cualquier lugar donde esté: en el carro, en el restaurant, en la cocina; sólo con llevar una mantita, el resto se resuelve solo. Disfruto la última toma de leche por la noche, esa que me da la satisfacción de haber cumplido con otro día; e incluso las tomas de la madrugada, las que tranquilizan y abrazan a ese pequeñito indefenso que sólo quiere a su mamá. Me gusta ver cómo se acomoda en mi brazo para comer, como si fuera el mejor lugar para estar. Me encanta esa mirada al comer, esa mirada que se cruza con la mía y que sólo nosotros conocemos, porque no hay mejor conexión que esa.

¡Me encanta dar pecho! Pero también me encanta comer y tomarme unas copitas de vino sin el remordimiento de que le puedan caer mal al bebé. Me gusta no tener que organizar mi día según las tomas de leche. Me gusta que tome leche en botella, esa botella que tienes que lavar y esterilizar, porque alguien me puede ayudar con la tarea. No extraño estar pegada al sacaleche sintiéndome como una vaca lechera, ni estar con la angustia de si la leche que dejé cuando salí va a ser suficiente o no.

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Por lo pronto, yo ya estoy cerrando el ciclo de lactancia por segunda ocasión y, aunque me pone un poco melancólica, tengo la satisfacción de haber cumplido. Ya llegará un tercero, para recordarme por qué me encanta dar pecho.

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