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La famosísima hora de dormir

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Mis hijos, desde que nacen, tienen su rutina bien clara para el momento más crítico del día, DORMIR por las noches. Bañarse, cenar y dormir es el 1, 2, 3 que practico desde las 8 semanas de nacidos. A las ocho de la noche que están dormidos, me siento la mujer más realizada del planeta. ¡Lo logré! ¡Día cumplido!

Ahora sí, sigo yo, mis cinco minutos del día. Ese momento en que puedo cenar tranquila, salir, platicar con mi marido, terminar pendientes, ver la televisión o no hacer nada, es MI TIEMPO. Claro, tengo tres años y medio tratando de respetar la rutina de Julián y un año y medio la de Loreta. Mi trabajo me ha costado, también merezco una pequeña porra por ahí, por mi constancia y dedicación, ¿o no? Esto no se hace de la noche a la mañana y por supuesto que tampoco es perfecta, ni mágica todas las noches, como quisiera. Les puedo resumir mis noches es tres escenarios:

  1. Noche perfecta:

Mi mejor escenario es acompañar a Julián a su cama y a Loreta a su cuna y listo. Los dos se quedan tranquilitos y se duermen. Claro, puede que uno de los dos quiera agua de último momento, o regrese al baño a hacer pipí, o que lo tape bien por tercera vez, pero fuera de eso, en cinco minutos caen los dos rendidos sin mayores contratiempos.

  1. Noche controlable:

Acuesto a los dos niños y uno empieza a renegar. Generalmente es Loreta la que complica un poco las cosas. Juliancito se queda en su cama listísimo para dormir y la pequeña terremoto decide bajarse perfectamente de su cuna, con una agilidad envidiable, una y otra vez, como si no tuviera sueño. ¿Qué hago?  Regresarla a su cuarto cada vez que se baja de su cuna, generalmente me quedo a mitad del pasillo, porque más tardo en llegar a mi cuarto, que en lo que ya está de vuelta. Como a la veinteava vez, empiezo a perder la paciencia, por supuesto. La panza del tercer embarazo de casi 7 meses pesa mucho, la espalda se cansa de tanto subir y bajar a la niña a la cuna y decido hacerle guardia. Me siento en la mecedora esperando que se duerma. ¡Y listo! Media hora después, ya soy libre de nuevo, con hambre y más cansada que antes, pero libre.

  1. Noche caótica

En mis noches caóticas me puedo convertir en un ogro. Toda la paciencia que tuve durante el día se puede acabar al paso de los minutos. Si me estuvieran viendo, parezco la loca que camina de un cuarto a otro, acuesto a Julián, Loreta se baja de la cuna, llora uno, y luego la otra. Juliancito pide agua y Loreta decidió que también tenía sed o no encuentra su chupón. Uno dice que hay un perro escondido en su cuarto, al segundo Loreta ya está conspirando con el hermano. Y en un abrir y cerrar de ojos, empiezo a transformarme en una mamá mala, muy mala, que se queda sin paciencia conforme pasan los segundos y que quisiera salir corriendo de la casa. Y de repente, se alinean los astros de nuevo y todo empieza a retomar su cauce. No pregunten cuánto tiempo después, porque yo siento que son horas, ya soy libre otra vez.

Ahora con el tercero en camino… no sé cómo cambiará la dinámica, pero tengo fe en que todo saldrá bien. Ya les contaré si son noches perfectas o caóticas.

¿Ustedes qué tal?

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